martes, 10 de noviembre de 2020

Crónica de una persecución

Pasaron poco más de dos años, pero todavía recuerdo como si hubiesen ocurrido ayer los sucesos de aquella vez...

Era el sábado 15 de septiembre de 2018 y había salido con un par de amigos a disfrutar de la noche porteña. Las personas que me acompañaban ese día eran Tobías, un excompañero de la secundaria, y Mario: un simpático mexicano, algunos años mayor, que él había conocido vacacionando en Playa del Carmen. 
Tras reunirnos en el Obelisco, tomamos el subte, en el que subieron dos músicos callejeros muy talentosos que tocaban canciones de rock nacional. Finalizado el traslado en transporte público llegamos a un bar por la zona de Plaza Serrano, en Palermo, donde tomamos algunos vasos de cerveza artesanal. Esa fue la primera ocasión en la que bebí una refrescante “Honey”.
Luego de la diversión, tocaba emprender el regreso. Íbamos a ir a mi casa, en Flores, y para eso debíamos tomar el colectivo, de la línea 55. Pasaban los minutos y el “bondi” no llegaba a la parada de la calle Thames al 1617. Después de una larga deliberación decidimos pedir un viaje a través de la aplicación Cabify. Yo no quería, pero debido al cansancio lograron convencerme. Prefería seguir esperando el autobús porque estaba con poco dinero en efectivo e iba a tener que pagar con la extensión de la tarjeta de crédito, ya que mis amigos estaban sin plata. El uso excesivo de aquel medio de pago me había traído, hacía pocos meses, inconvenientes con mis padres.
La noche, de un momento a otro, había empeorado y no podía seguir haciéndolo… ¿o sí?Cerca de las 2 de la mañana llegó el auto: un Chevrolet Classic, manejado por un hombre llamado Carlos. En el momento en que subimos, un taxista aprovechó que el semáforo estaba en rojo y bajó de su vehículo enfurecidamente. El “señor” se puso muy violento y empezó a patear la óptica trasera del lado izquierdo, con tanta fuerza que la rompió, mientras gritaba desaforadamente “Sos Uber, sos Uber”. Nuestro conductor intentaba explicarle al agresor, sin éxito, que no trabajaba para dicha empresa. Luego de que le rogáramos desesperadamente, el chofer arrancó. Después de unos segundos parecía calmada la situación, pero nos dimos cuenta de que el “tachero” nos perseguía. “Nunca me va a pasar”, pensaba semanas atrás, mientras veía un informe del programa “Periodismo Para Todos”, en donde mostraban persecuciones de taxistas a conductores de la competencia.
"Por fuera mantenía la cordura, pero pensé que terminaba en tragedia en ese momento", reveló “Tobi” tiempo después. Me parece envidiable esa capacidad que tienen algunas personas para conservar la tranquilidad, en los momentos de tensión. Yo estaba tan asustado y temiendo por mi vida, que me había puesto a llorar al igual que en otras ocasiones como las turbulencias de la primera vez que subí a un avión, o el viaje en lancha estando de vacaciones en Colombia, en el que el oleaje era tan fuerte que - por el miedo - me puse a rezar, a pesar de ser ateo.
Después de cinco minutos, que fueron  horas, nos cruzamos con un patrullero que parecía caído del cielo y le avisamos que nos perseguían. Finalmente paramos en Costa Rica al 5100, pero - lamentablemente - el violento se dio a la fuga. Carlos canceló el resto del traslado, fue a realizar la denuncia y paradójicamente tomamos un taxi para llegar a nuestro destino. "Fue de película", describió perfectamente Tobías la situación que pareció sacada de una ficción.

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