Con motivo de la conmemoración del trigésimo aniversario del atentado a la AMIA, compartimos este escrito que busca retratar lo sucedido, para que no se vuelva a repetir y la justicia encuentre respuestas a tantas incógnitas que hasta el día de hoy siguen sin resolverse.
Mujeres y niños llorando. Gritos desgarradores. Gente atrapada entre los escombros pidiendo auxilio. A lo lejos, se escuchan las ruidosas sirenas de los servicios de emergencia que hacen todo lo posible para acudir al lugar cuanto antes. Son las 9:53 am del 18 de julio de 1994, y acaba de explotar el edificio de la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA), ubicado en Pasteur 633, dejando decenas de víctimas fatales y centenares de heridos. Es el segundo ataque terrorista perpetrado por una célula extranjera en nuestro país.
30 años pasaron ya de ese terrible suceso y no hubo respuestas; se realizaron tres juicios pero nadie fue condenado. Es más, en el transcurso de estas tres décadas, acaecieron distintos hechos que nos fueron alejando de la posibilidad de arribar a la verdad: desde la firma de un polémico pacto con una nación islámica, hasta la aparición sin vida de uno de los fiscales que estaban encargados de investigar el hecho.
Por todo lo relatado hasta aquí, no es de extrañar que cuando ocurren delitos de cualquier gravedad, continúe latente en la sociedad la idea de que en este territorio la justicia nunca llega, lo que nos genera una resignación colectiva que se va incrementando.
El tiempo pasa y cada vez que se cumple un nuevo aniversario, además de rendirle homenaje a los 85 fallecidos, se renuevan la esperanza y el pedido para que el atentado se esclarezca. Ojalá que algún día se termine para siempre la impunidad en Argentina, y tantas almas inocentes puedan por fin descansar en paz.
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